sábado, 6 de noviembre de 2010

Una tarde de otoño cualquiera.

Frío que congela mis pasos, que entorpece mis movimientos, que hace tiritar mi piel. Frío querido por los bonitos atardeceres de un otoño que empaña mi vista, otoño que colorea los ojos de los árboles con el perfecto amor natural de lo físico.
Cierro los ojos y siento el frío, siento un ladrido a lo lejos de mi vista que me hace volver a la realidad. Sonido de la lluvia al caer mi tejado, tejado que me cobija porque me permite ver este hermoso espectáculo natural.
Las hojas de los árboles próximos se mecen al compás de mis latidos, que ironía.
Rodeada de montañas bonitas y solitarias me encuentro, a las que hago cómplices de mis sentimientos. Que bonito, las luces se han encendido  y han alumbrado todas y cada una de las fortalezas de mi esperanza. Todo este telón de pueblo, el olor característico de vida y naturaleza, un cuaderno y un rotulador.... partes claves para la expresión. No necesito más.
¿ Por qué escribo? ¿ Por qué siento esta necesidad? Debajo de mi hay 8 personas reunidas. ¿ Por qué no voy con ellas?. Porque me siento viva, sentimental, tranquila y feliz. Estoy viva y no pienso perderme este atardecer lluvioso y cada sonido que embriagan los sentidos.
He paseado sí, me he alejado buscando la soledad de mis pasos donde sólo así me puedo encontrar conmigo misma. ¿ Que quería en estos momentos? Necesitaba de los recuerdos.
Sólo en momentos como estos recuerdo todo lo que me hacía feliz en el pasado, y es lo que realmente me acompaña aunque se quede en un recodo mínimo de mi corazón. Sólo así mi corazón palpita y recuerdo esas pequeñas cositas.
Esas pequeñas cositas ( trago de ponche jijiji), susurran a diario qué es lo que busco en mi camino, que me sobra y a quién quiero en él.
Los recuerdos llegan pues a mi mente mientras camino, recuerdos que tienen el traerme un fin. Analicemos pues.
Cerré la puerta detrás de mi espalda, me dejé llevar por mis pies por la derecha; he descubierto un sendero espectacular, lleno de colores del otoño y una lluvia fina que me hacía sonreír. He ido desde fuera del pueblo viendo cada perspectiva hasta sumergirme en él. Eso es, me voy a analizar desde una perspectiva lejana, hasta llegar a mi realidad.
Mientras caminaba he rodeado el pueblo donde no había ni un alma, ni un ladrillo, ni un coche. Deseaba tener los ojos más grandes, pero esto es lo que tengo y lo que soy. 
He recordado la pasión de mi padre de perderse por pueblo y parajes recónditos, he sentido la misma felicidad. He descubierto que todavía le conozco, he descubierto que no somos tan distintos.
Ese caminar, ese sabor.... y nos adentramos en el pueblo y en mi misma.
Dos callejuelas que se bifurcan, sin pensar toma la más pequeña, descubrí que no me perdía nada porque desembocaba en la misma plaza. ¿ Eso tiene un sentido? Si, significa que tomes el camino que tomes en la vida, siempre conduce a un final igual. Por una disfrutarás más, pero jamás te equivocarás si escuchas a tu corazón. Si estoy contigo, mi pareja, tome el camino que tome contigo, el final será el mismo.
El disfrute depende del camino que ambos tomemos. Mejor aún, quizás a mi me gusta el primer camino y a ti el segundo, tu me puedes acompañar aceptando como soy como yo lo haré contigo en tu camino elegido sin faltar el amor y otras cosas como la magia.
Yo respeto tus gustos sin juzgarlos, estos son parte de los míos, forman el camino que to tomo por el bien de los dos. Acompañame y tendrás de mi toda mi esencia.
Yo te acompaño de la mano con mucho gusto en el tuyo, y aprenderé a quererte desde una perspectiva lejana con tus defectos y una cercana, conociendo todo lo que tienes en el corazón. Ese es el amor que yo quiero para los dos. ¿ Me acompañas?
Es curioso, justo ahora que termino se va la luz de la tarde, impidiéndome dar más vueltas en este papel y así conducirme a casa y abrazarte desde mi alma.