viernes, 5 de abril de 2019

La magdalena de la vida.


¿ Qué es la vida sin un cúmulo de instantes agridulces? Nos pasamos los minutos de la misma, desde que tenemos consciencia de nuestra respiración hasta que esta cesa, buscando nuestro propio significado hasta desesperar.
Entra el primer rayo de sol por nuestra retina a primera hora, gradualmente cedemos (GRACIAS A DIOS o como lo quieras llamar) las ondas delta y con ello todos nuestros sentidos se van poniendo a funcionar sin que a penas nos demos cuenta de la perfección innata que reside en ellos, en nosotros.
Desde ese mismo momento en el que ponemos el pie derecho ( recuerda que al igual que eliges la ropa puede hacerlo con respecto a tu actitud) en el suelo tan frío, y sincero, nos estamos cuestionando el sentido de nuestra existencia.
Imaginando y activando mis neuronas espejo, traigo a mi mente una gran magdalena casera de chocolate (vegana sin dudar). Huelo su aroma, mi olfato y gusto como buenas amigas que son, reclaman su atención y se ponen bien contentas a la espera de recibir su recompensa, cierro los ojos para profundizar más aún en ese deseo que embriaga todo mi ser. Recreo lo que pudiera ser su textura, a veces blanda y otras crujiente como el camino mismo de mis pies cuando mi interior se encamina por un inmenso sendero. Puede ser que pise por un terreno en calma, cómodo para todas y cada una de mis articulaciones; también ahora con la experiencia, sé que me puedo encontrar tramos más angostos, quizás peligrosos... que sería de nuestras sensaciones y gratificaciones si todo fuese llano y aburrido?
El conjunto de ese masticar entre la línea fina que separa lo sorprendentemente agradable que puede resultar un dulce y lo "amargo" en el mismo pedazo, acrecientan las ganas de querer más, TODO.
Ahora sí que todas las terminaciones de mi cuerpo piden que me de el capricho porque sé que a ciencia cierta merecerá la pena. Ay de nosotros los humanos, que sería de nosotros si el remordimiento estuviera en la cola del paro; que pasaría, lograríamos vivir con plenitud y sin apegos?
En el desequilibrio del querer, desear, saber que eres digno de disfrutar todo cuando te propones, está el otro lado de la cuerda de nuestra mente que nos lanza cuchillos de la culpa, ¿ y si nos sienta mal? ¿ y sí después de empezar a saborear lo que tanto nos pide el cuerpo a simple vista, acabamos dejándolo a la mitad por no cumplir con nuestras exigentes expectativas? ¿ Cómo remontar el vuelo después de tanta decepción?.
Y por todo ello, ahí estamos infinitas veces, en el punto de partida porque en la casilla de juego al andar ciegos, nos hemos caído por un pozo oscuro sin fondo, sin brújula, obligándonos a comenzar de nuevo "sin que YO LO HAYA PEDIDO". Y con todo este cuento, con toda esta realidad, egoísmo, miedo tengo que creer en la fe y en Dios? Por qué? por qué? por qué?
Si hay algo que está claro es que si nos ponen magdalenas de chocolate en la vida ( quien no lo haga por favor que se baje en estos momentos del juego y ceda su asiento a cualquier alma sedienta de sueños) es para disfrutarla y repetir.
Porque si no paladeamos con ganas y despacio " bien sabemos a base de dolor que las prisas no son buenas y que el sufrimiento es opcional", con confianza en la buena digestión del " hacer camino al andar", qué sentido tendría el dejarse estar y llevar por " el camino de la felicidad". Ahora si lo se, he aprendido la necesaria lección, sería MI crónica de una muerte anunciada.
Precisamente por eso,
porque respiro y soy libre de elegir,
decido aceptar las infinitas oleadas de transformación,
saborear MI magdalena.
Decir no a la culpa, al juicio.
Dar la mejor calidad que pueda a este vehículo llamado cuerpo, que se acomode en mí.
Vivir.