lunes, 11 de octubre de 2010

Para mi abuela Amparo.


Escrito por mi tio en el Decano. 30 de Abr de 2009, a las 20:48

AMPARO MARTINEZ, MUJER Y MADRE CORAJE.
En la madrugada del Miércoles Al Jueves Santo se nos fue. Sus casi 87 años de vida se esfumaron en apenas tres semanas, tiempo que duró su proceso previo a la muerte. Se apagó como la hacen las velas cuando ya no tienen más cera que la que ha ardido. Su cuerpo, al final era frágil y ligeri como una pavesa en el viento. Doy fe de que sus hijos y nietos supieron estar a la altura de las graves circunstancias que le llevaron a ingresar en el Hospital Universitario y no la dejaron sola ni un momento hasta que su cuerpo y Dios, en el que tanto creía, decidieron que era hora de descansar en paz. Se llamaba Amparo y había nacido en el pueblecito de Cunca, Valdemoro del Rey. Hace más de 50 años, junto con su marido, Máximo, y sus primeros dos hijos, Ángel y Carlos, entonces aún siendo niños, vinieron a vivir en Guadalajara, ciudad que adoptarían a partir de entonces como propia y en la que después nacieron sus hijas, Amparo e Isabel.
Amparo fue una mujer y una madre coraje. Era hija de un humilde albanil que murió demasiado joven. Perdió a sus padres, siendo aún adolescentes, en apenas siete días. Uno murió en Nochebuena y el otro en la Nochevieja del mismo año, tiníendose de angustia y duros recuerdos para ella y sus hermanos todas las navidades que siguieron a aquellas, que fueron muchas, tantas que, a veces, parecían demasiadas.
La orfandad y la pobreza le obligaron a trabajar muy duro para sacarse a sí misma adelante y después a sus hijos. Su fortaleza física y de espíritu le ayudaron a mirar de frente a la vida, con humildad, pero son humillarse, porque siempre tuvo claro que ser rico es tener lo suficiente y ella y los suyos siempre lo tuvieron. Era fuerte de carácter, como no podía ser de otra manera. Fue una buena amiga y una extraordinaria vecina.
La mayor declaración de amor que hizo a su marido y a sus hijos fue dejarse la piel y trabajar hasta la extenuación por y para ellos.
Era mi suegra, pero la quise como a una madre porque ella me trató como a un hijo. Siempre la tendré en el corazón, pero también he querido traerla hasta El Decano porque las personas humildes y sencillas que han sacado sobresaliente en la asignatura de la vida se merecen más una necrología que quienes han alcanzado notoriedad pública, muchas de ellas sin haber alcanzado siquiera el aprobado. Los ojos claros de Amparos, menudos y acuosos se han ya cerrado para la vida terrena, pero los cerró con la esperanza de volver a abrirlos un día y estar de nuevo junto a los suyos donde no haya más penas, ni dolor ni desconsuelo.
Amparo Martinez Ibáñez, descansa en paz. Bien lo tienes ganado.

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